“El lector encuentra en los libros un escalón para trepar a su vida”, dijo en la charla “El libro como camino» que dio en la librería, en el marco del Club Eterno.
Por María Luján Picabea. Fotos de Jiniva Irazábal.
Fue en un encuentro con Leonardo Favio, por quien tuvo “una admiración enfermiza”, en el que Kartun descubrió que el cineasta tenía, en la pared detrás de su escritorio, un libro enmarcado. “Era La moneda volvedora, de Constancio C. Vigil, un cuento que yo había leído en mi infancia. Favio me dijo que era el primer libro que había leído en su vida y que él no hubiera sido nadie si nunca lo hubiera leído”.
Tras esa conversación, Kartun siguió pensando en quiénes somos gracias a los libros a los que tuvimos acceso: “Me di cuenta de que una vida podía ser contada alrededor de los libros que la movilizaron”. Por entonces empezaba a instalarse en la escena teatral el biodrama y él empezó a construir lo que denominó “bibliodrama” con los libros que construyen la narrativa de una vida. Algunos pasajes de su bibliodrama compartió en la charla en Eterna Cadencia, en el marco del Club Eterno.
“Mi primer recuerdo con un libro tiene que ver con el teatro -contó- el primer libro que leí, en realidad, lo actué. Nunca lo leí, me lo leyó mi mamá y yo me lo fui aprendiendo de memoria. Mi madre me usaba como actor de su puesta en escena, y mis tías estaban convencidas de que era un prodigio que podía leer a los cuatro años. Empecé como lector con un texto puesto en carne”.
La lectura se convirtió pronto en un refugio para un niño que vivía frente a un club y se le daban mal los deportes. Empezó con revistas como Misterix y Rico Tipo y con los libros de la colección Robin Hood. El más significativo fue Principe y mendigo, de Mark Twain, el primer libro que lo hizo llorar. “En ese entonces yo estaba perdidamente enamorado de una compañerita y cuando fue su cumpleaños le compré y le llevé de regalo Príncipe y mendigo. Esperé infructuosamente algún comentario de ella. A los tres meses cumplió años otro compañero y ella llegó con un libro de regalo para él. Era Príncipe y mendigo; entonces pensé que le había encantado y que por eso ella también lo regalaba. Pero no, era mi libro el que le había llevado, tenía mi tarjeta adentro, ella ni lo había abierto. Fue mi primera desilusión amorosa y la produjo un libro. La sensación de no compartir el imaginario”.
Otro autor al que llegó gracias a la colección Robin Hood fue Emilio Salgari: “Muchos años después de esa lectura escribí y estrené en la Sala Martín Coronado, del Teatro San Martín la obra Pericones. Todo el imaginario de Pericones es de Salgari”, confesó. Asimismo, Rayo dorado, de Rodolfo Bellani, dio lugar a la obra Ala de criado.
Como en su familia se había ganado fama de buen lector, sus tíos de izquierda le regalaban libros para adoctrinarlo. Entre muchos, muy diversos, un día le dieron Moby Dick, de Herman Melville. “Me conmovió por su valor aventurero, pero también porque descubrí lo que había tras la metáfora. Hay tantas cosas en esa ballena blanca. Ese fue mi acceso al libro trascendente”, contó el dramaturgo.

“Cuando leí Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga, sentí que había crecido. Me pasó igual con otro título, tal vez un poco más peligroso: El juguete rabioso, de Roberto Arlt, con el que me identifiqué”, dijo.
Estaba en la secundaria y todo lo que quería era leer, así que se escapaba de las clases y se escondía a leer en el galpón de un tornavías. “Era un refugio perfecto”. En una ocasión, un profesor de italiano le ofreció un trato: podía leer en clase si prometía no molestar. “Y así lo hacía, pero un día terminé el libro que estaba leyendo y todavía quedaba mucho tiempo de clase, y como no quería incumplir mi palabra, me puse a escribir. Descubrí que podía agarrar un espacio de tiempo y transformarlo haciendo algo que amaba. Hice una conversión de norma de lo profano en sagrado”.
Entonces, ese estudiante de secundario que nunca terminó de rendir las materias de cálculo, empezó a escribir; poniéndose las máscaras de los autores que admiraba. Leyó Cuentos crueles de Abelardo Castillo y tomando prestada esa voz escribió un cuento con el que ganó un concurso; empezaba a asomar el creador Mauricio Kartun. “¿Qué hubiera sido de mi vida sin ese libro de Abelardo Castillo? ¿Qué hubiera sido de mí sin todas las lecturas? Hay libros que son como un escalón en el que uno, como lector, se apoya y asciende”, concluyó.
Mauricio Kartun
Fuente: Eterna Cadencia