A veinte años de la publicación de No tengo miedo, esa novela iniciática que le valió el Premio Viareggio y lo convirtió en un fenómeno internacional, Niccolò Ammaniti regresa a las mesas de novedades de las librerías argentinas con una historia que parece escrita para este presente de hipervisibilidad y simulacro. La vida íntima (Anagrama, 2024) confirma lo que sus lectores saben desde hace tiempo: que integra el dream team de escritores que combinan el drama y la sátira, la ternura y el desgarro.
Nacido en Roma en 1966, autor de Te llevaré conmigo, Anna y Tú y yo -esta última adaptada al cine por Bernardo Bertolucci-, Ammaniti ha sido traducido a más de cuarenta idiomas y es una figura central de la narrativa italiana contemporánea. Con La vida íntima, retoma la novela después de dedicarse durante un tiempo a escribir guiones y dirigir la serie televisiva Il miracolo. Su regreso a la ficción literaria no pasa desapercibido: esta vez, pone el foco en una protagonista que parece salida de una portada de revista, pero cuyo conflicto interior resuena con fuerza en una época donde lo privado se volvió espectáculo.
La historia transcurre durante siete días, del 21 al 27 de febrero de un año impreciso pero que bien podría ser 2025. Maria Cristina Palma, “mujer de bandera y esposa del primer ministro”, vive en un lujoso piso frente al Tíber, custodiado por policías y decorado con arte como si fuera una sala de exposiciones. Desde el afuera, su vida es el ideal: es «la mujer más bella del mundo» según una noticia que se volvió viral, elegante, madre de una adolescente perfecta, objeto de devoción mediática. Pero dentro de esa burbuja de vidrios espejados y vestidos Tom Ford, algo se rompe.“Te has convertido en un accesorio de tu marido. Eres la muñeca que nunca habla”, le dice una periodista, y esa frase desata una inquietud profunda. Maria Cristina se aburre de los actos oficiales, de su marido, de sí misma. La muerte de su hermano, la distancia con su hija y el recuerdo de un viejo amor que regresa la empujan a preguntarse qué queda de su deseo, de su voz y de su identidad. Y el estallido no tarda en llegar: un viejo video sexual grabado sin su consentimiento amenaza con volverse público, y pone en jaque el frágil equilibrio de su existencia.
Como ya había hecho en Que empiece la fiesta, donde satirizaba a la clase alta romana con crudeza hilarante, Ammaniti aprovecha la figura pública de su protagonista para hablar de una sociedad intoxicada por la imagen y la vigilancia constante. Pero a diferencia de aquel festín grotesco, aquí el tono se vuelve más íntimo y empático. Maria Cristina es víctima y cómplice de un sistema que la convirtió en ícono, pero también en cautiva.
El libro no solo pone en escena los conflictos internos de una mujer famosa, sino que retrata con lucidez las formas contemporáneas del poder y la comunicación. El narrador -que el autor eligió en presente de indicativo, omnisciente pero con guiños autorreferenciales- habla directo al lector, como si narrar también fuera un acto de performance. “Que sepas, querido lector, si aún sigues ahí…”, dice en un momento, y con esa ironía se desarma cualquier intento de solemnidad.
En La vida íntima, Ammaniti se burla de los lugares comunes, de los clichés de la política, del arte, del feminismo mainstream. Pero lo hace con una escritura plástica, que no renuncia a la emoción. Uno de los personajes más entrañables, por ejemplo, es un camionero que escucha audiolibros mientras conduce -decepcionado por El maestro y Margarita, decide probar con Lolita– y que, contra todo pronóstico, termina siendo el único interlocutor genuino de Maria Cristina.
También está El Bicho, una suerte de asesor joven al estilo de Santiago Caputo, que con sus consejos sobre viralidad e instereses de los votantes se impone en la vida de María Cristina y su marido como si su palabra fuera ley. La novela está repleta de pequeñas subversiones: personajes marginales que resultan más lúcidos que los poderosos, escenas disparatadas que desembocan en una revelación íntima.
El texto cierra con una escena de reconciliación interior de la protagonista -más ambigua que redentora- que deja una marca profunda. “Las buenas historias, las que cambian destinos, son ríos impetuosos que no se dejan encauzar”, propone el narrador. Y eso es, en definitiva, La vida íntima. ¿Quién somos cuando nadie nos mira? (NA)